Lo dejé caer. A mis pies. Lo dejé quemarse. Y ahora ya no sé cuál es el límite para darme cuenta que tanto puedo rescatar y que tanto se redujo a cenizas para siempre, guiadas por el viento, a un futuro que ni sé que tan lejano es. Pero para mi es el presente general, el acontecer nacional y racional (o no?). Y no lo quiero hacer presente por miedo a limitar o a la huida. Y es paradójico, porque muere de ganas por contarle a ti, a él, a ella, a todos los habitantes del planeta. Pero la represión es más fuerte, y el miedo al fracaso es brutal. Las cartas siempre repetían aquello. Las caras y gestos siempre decían más de lo que querían realmente entregar. Y no sé, trato pero no puedo. No quiero, balbuceo. Quiero, pero es complicado, tan complicado que dan ganas de faltar al código ético. Mas eso sólo lograría distancia. Y nadie, pero nadie, está dispuesto a que suceda. Por eso lo dejé caer, porque merece un porrazo. Merece estremecerse y quemarse. Quemar lo bueno y lo malo, lo distante y lo maravilloso. Quemar y volver a nacer. Y quizás ni así funcione mi metodología ortodoxa. Pero es un riesgo que prefiero agarrar de las piernas y lanzar lejos. No importa si la astenia se apodera de mi en el proceso. Si la fatiga me vence, optaré por regenerar mis fuerzas enraizadas a la tierra.
Manu soy yo!
1 comentario:
Me gustó la última idea.
Solo quiero ser. Sólo de solamente y nunca solo de soledad.
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