jueves, 1 de septiembre de 2011

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Dos animales casi durmiendo en el césped. Uno, antes de quedarse realmente dormido, le pregunta al otro si ha visto alguna vez un árbol crecer. El otro, aletargado, responde que no. Se miran, se prometen cosas con los ojos. Lloran, ríen, viven. Prometen ir a la nieve, prometen viajar por el mundo juntos. Prometen dejar las cosas olvidadas y sólo escuchar el latido de sus corazones de animal. Corazones grandes, simples, complejos. Cierran los ojos al mismo tiempo.

Dos animales se encuentran en sus sueños. Van de playas a montañas, del campo a la ciudad. Del cielo al infierno. Y en un abrir y cerrar de ojos se dan cuenta de los ingeniosos que son. Ha pasado el tiempo ya. El tiempo, que no perdona mientras uno duerme. Aunque sea una pequeña siesta, el tiempo pasa con la rapidez de un huracán.

Dos animales, de qué van? De cuentos, historias, melodramas. Alegrías y olvidos. Van de la mano por la incertidumbre, se acostumbran a lo adverso. Se sienten. Se complementan. Miran al cielo, ya despiertos y satisfechos. Ven las cosas racionales, las cosas de calma y también las instintivas, las de costumbre. Saben que hacer y que no. Todo es maravilloso cuando no hay dudas.

Cierran los ojos una vez más. Y sueñan con un mundo al revés, un mundo que acabará con sus manías, sus orgullos y sus instintos, característico de dos animales potenciados y dirigidos por una sola causalidad. Casualidad llamada vida, llamada sentir.

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