lunes, 15 de febrero de 2010

Las 3 R.

Desprecio. Casi se olvido de todas las demás emociones que la invadían en ese preciso momento. No pudo contener más el aliento y exhaló con cierto recelo. Nuevamente, el desprecio se sentía a metros de distancia, como si en primavera las abejas tomaran el polen de un crisantemo humedecido con el rocío, y se dirigieran en picada hacia el triste y marchito lirio, sembrando ingenuamente la amargura. Se levantó de su asiento sin vacilar. Tomó la manilla con su mano izquierda y abrió la puerta en un solo movimiento. Caminó por el pasillo, procurando que sus pies descalzos no estuvieran demasiado tiempo en contacto con los mosaicos al centro de los azulejos. Volteó levemente la cabeza sobre su hombro para sentir el roce de su voluminoso cabello. Se detuvo a mitad de camino, como si la seguridad compensara su frialdad, su lejanía. Y tan solo entonces comprendió…

Tal vez no lo hizo. Pero nunca en su vida admitiría no tener razón o mejor aún; nunca aceptaría incluso tener que dudar sobre lo que resultó de una de las más vagas introspecciones que alguna vez alguien tan inmaduro y egoísta pudo llevar a cabo. Inevitablemente no quiso continuar, pues se sintió mentalmente agotada e incapaz. Intuyó que nadie la seguiría esta vez. Como de costumbre, su destino era el balcón del tercer piso, junto al mural rojo, a un lado del atril que tantas veces soportó sus ataques de histeria e incomprensión. Se sentó suavemente, intentando poner a prueba su capacidad de autocontrol. Sólo botó una pequeña lágrima sobre su falda. Cerró los ojos, hasta que su débil cuerpo flotante era abrazado por el calor de la seda de sus sabanas y reposaba angelicalmente en el cuarto.

1 comentario:

Tomás Reyes dijo...

no te dije nada ayer, pero yo creo que es el sur (y dale con el sur) el que escribe tus historias.
(Oye, y en tus enlaces al costado te falta un blog mío http://noesque.blogspot.com es el que más uso, en realidad)