domingo, 4 de abril de 2010

A la antigua.

Sí, cuando tengo todo listo para entregar, las circunstancias no me lo permiten. Por esa mismísima razón se me escapa parte de lo substancial o esencial de esta mismísima razón por la cual escribo. ¿O no escribo? Tu escribes por mí, quizás, en mis sueños te veo correr.

¿Qué será lo que nos hace tan imprescindibles el uno del otro?

¿Cuántas veces he de sentir esto? ¿Cuántas veces tengo que jugar roles para poder cantarte? No me enseñaste fonética. Tampoco me enseñaste a atarme los cordones, es más, nunca aprendiste. Yo te enseñe a ser menos racional. La verdad es que ya no sé si soy racional o no, pero funcionó (al parecer).

Existimos, ¿sabías? Incluso aquella noche yo fui claro y conciso al informarte. Nunca fui bueno para repetir. Tú no supiste que hacer y ahora que sabes ya no es tan relevante. Siempre nos asustamos el uno al otro. No es tan sano como quisiéramos que fuera.

A veces, no me atraen mucho los epítetos. Creo que ya te diste cuenta. Nos parecemos en eso, incluso. Si quisiéramos estudiar periodismo, seríamos los mejores en lo nuestro. Pero no, no es la base de la pirámide en esta precisa ocasión. Las leyes son la base, más que la carne en sí.

Abrázame, me hace falta sentir tu corazón. Lentamente cambia el rumbo, un giro de 180° no es lo que hacía falta, pero puede ser útil. No me llames cauteloso, yo no te llamo insensato. Te llamo por tu nombre, por lo que provocas en mi, y por lo que me ha dado fuerzas para seguir.

(Siento que en inglés hubiese expresado un tanto mejor...)

No hay comentarios.: